Vemos una cama apoyada en la pared, encontrada en desuso y descartada en la casa recién adquirida por la artista, solo presenta la huella del peso de quienes fueron sus dueños.

Cada pieza ha sido limpiada de capas de suciedad, pulida hasta sacarle brillo y dejar a la vista la madera veteada, restaurando así lo que una vez podía haber sido.

La cama nos habla del lugar de nacimiento, descanso, sueños, amor y desamor, pesadillas, enfermedad, dolor y muerte; nuestro ciclo de vida. La cama, donde se acuestan nuestros cuerpos, vertebra por vertebra; que recoge nuestra transformación en cuerpo y espíritu.

En el centro de ella se encuentra el hilo de lana, envuelto, con el ritmo de las manos, en diez ovillos atados al alambre de hierro que cede con su peso y hace huella. Hilo y alambre, opuestos en forma y tacto, dialogan en tensión. El hilo, que puede convertirse en una tela o un tapiz, una manta que yace encima de la cama. El hilo como una línea de orientación para entrar en el laberinto de nuestra psique; que nos recuerda la herencia de nuestros ancestros; que se convierte en conductor invisible de luz, sonido, emoción y memoria; y nos evoca nuestro pasado, presente y al futuro.

Teñido en rojo con las manos de la artista y elementos que nacen de la tierra, cuidadosamente entre las sombras del laurel. Nos recuerda las entrañas, las venas y arterias y nuestra vulva que sangra como fuente de crecimiento y abundancia. El rojo nos habla de la pasión, el enfado, la rabia, la crueldad y la valentía; invoca la calidez y protección del hogar y el peligro y la destrucción de las llamas; de opuestos, del nacimiento y la muerte, así como de la energía de la vida.